Prólogo de Osvaldo Ardizzone a ‘Estudiantes de La Plata Campeón Intercontinental – Cómo y Porqué’ de Roberto Marelli, publicado en 1978 a 10 años de Old Trafford.
Yo conocí a ese Estudiantes. ¡Vaya si lo conocí! Pero por dentro, como cuando uno tiene acceso a la case de un amigo y se siente hasta orgulloso de ser depositario de las confidencias más trascendentales y las más domésticas. Sólo que no representé el papel del ayuda de cámara. Fui como periodista “a investigar” la presunta alquimia del publicitado laboratorio, y concluí sentándome a la mesa, a compartirla, cuando la amistad entre los hombres alcanza ese grado tan elevado que conjuga el afecto con la fineza espiritual.
¡Ah, el laboratorio! ¡La alquimia! A veces, en la evocación de momentos tan queridos por mí, no puedo dejar de sonreírme ante esos bautismos, tan en boga entonces, que pretendían definir a ese Estudiantes. Sí, hallazgos periodísticos, tal vez. Pero, ¡qué lejos de la verdad estaban para mí! Porque los laboratorios suponen instalaciones frías, lugares hasta inhóspitos poblados de probetas, tubos de ensayo, retortas, de un instrumental sin vida que responda a la combinación de rígidas fórmulas abstractas, conceptuales, sometidas a las más altas especulaciones del intelecto.
¿Y acaso era nada más que “eso” aquel Estudiantes? ¿Nada más que ciencia, sistema, fórmulas? No, aquel frío bautismo de “laboratorio”, nacido de una intención seguramente laudatoria, solo sirvió pare empequeñecer la dimensión real del acontecimiento. Aquel Estudiantes tenía vida, pero ese vida “viva” que sólo puede crepitar en el hombre como máximo e irreemplazable fundamento de ello. Y, a propósito, siempre suelo recurrir como ejemplo un tanto risueño, al caso de aquel director de teatro, un tanto vocacional, de esos conjuntos filodramáticos que todavía sobreviven en los barrios. Adocenado su talento por un repertorio de obras más o menos ligeras, proclamaba su ambición de montar algún día el “Otelo” de Shakespeare. Y ese sueño pretendió llevarlo a cabo no bien apareció un negro en el grupo teatral. ¡Ya tengo el protagonista!, se dijo para sí. Ya podía “marchar” el Otelo. Puede parecer muy absurda la intención grotesca del ejemplo, pero al cabo, alcanza la misma absurda dimensión el bautismo de “laboratorio” para aquel Estudiantes. Siempre se necesitaran los intérpretes, en todas las actividades de la vida, y mucho más en las que están alejadas de “la producción en serie” que standariza al hombre.
Siguiendo con el encontrado ejemplo, hay un único e inmortal libreto escrito o imaginado por Shakespeare, pero existen distintas versiones según el talento o la genialidad de los intérpretes que acometen su representación. Mi abuelo solla decir: “yo vi Aída por Enrico Caruso”, de la misma manera que un operístico compatriota defendía “su Aída por Tito Schipa”, aunque en los dos casos permanecía inalterable la partitura de Giuseppe Verdi. Así, descendiendo a los más “populares” estratos del fútbol, existió un chanfle por Raúl Madero y existe otro por el Beto Alonso, aunque las técnicas para su ejecución sean las mismas. Hay un prospecto referido a las responsabilidades de los arqueros en esos mismos aspectos de la técnica, que importa los rubros del achique, de la medida de los ángulos, de los recursos para salir a cortar arriba, pero prevalecen los matices de interpretación subjetiva a tal punto que Alberto Poletti no es lo mismo que Hugo Gatti, aún participando los dos en la misma escuela. ¡Ah, que diáfano es para mí ese concepto! Porque, de lo contrario, todo sería muy fácil, muy simple. Pues con sólo solicitarle o, en todo caso, comprarle las famosas fórmulas a Osvaldo Zubeldía, ya está todo el problema resuelto.

Contrato un grupo de jugadores, más o menos dotados -o en todo caso, ni siquiera importaría esa condición- los concentro en la paz vegetal de City Bell, los exhorto con una arenga adaptada a las circunstancias, y a continuación, inauguro el ciclo “docente” con la lisa y llana interpretación y aplicación de “las misteriosas” fórmulas. Además de los votos de sacrificio, contracción al trabajo, austeridad, ascetismo, higiene sexual, regímenes dietéticos, recaudos médicos, farmacopea y toda la dialéctica hueca que se acostumbra a declamar por muchos “aventureros” de este tiempo de embaucadora espectacularidad. Y, entonces, conforme a los alcances científicos de ese tan publicitado “laboratorio”, no podría aparecer ningún obstáculo como para que el “ACONTECIMIENTO-ESTUDIANTES” no se repitiera.
Bueno señores, empecemos por el arquero. A ver, usted joven, con la fórmula Nº 1, haremos de usted un Alberto Poletti, igual, igual, a tal punto que nadie, ni el más fino observador podría reparar en las diferencias. Por ejemplo, cuando juguemos una final de Copa en cualquier paraje de Europa, imaginemos Old Trafford, usted a los diez minutos, cuando detiene una pelota, hace una pausa teatral de sereno desenfado, y con la misma flema de un inglés, se la exhibe a todo el estadio. Sigamos... A ver, usted joven. ¿Martínez me dijo? ¿Y usted, Gómez? Bueno, vengan los dos. Usted Martínez, será Raúl Madero, no lo olvide usted nunca, Raúl Madero. Y usted Gómez es Eduardo Manera. Vamos a aplicar la fórmula Nº 41, variante ZPK, cuyo enunciado dice: “chanfle con zurda con cabezazo por el palo opuesto al lanzamiento”. Y usted González será de hoy en adelante, Juan Verón. ¡Ah, con usted joven hay más complicaciones! Calcule usted que a este tal Verón lo apodaban nada menos que “La Bruja”, lo cual supone poderes o atributos casi sobrenaturales. Entonces, usted amigo González, dependerá de varias fórmulas. La Nº 55 Bis, variante H2O indica entrada por la derecha con pierna cambiada, para finalizar con zurdazo al otro palo. Aquí hay una aclaración que señala “GOL DE VERON CONTRA EL PALMEIRAS”. ¡Ah! Y otra aclaración más: “ESPECIAL PARA COPAS”. Y siempre respetando el mágico legado de las fórmulas, se irá construyendo un Pachamé que naturalmente, será zurdo, y se seguirá con un Malbernat -descontando que será rubio- y así hasta el final, completando la nómina del “nuevo” plantel a hechura de los que antes estaban.
¿Qué más? Proceso concluido. Las mágicas fórmulas lo harán todo. ¿Operativo Copa de América? Fórmula MLK4-644. ¿Copa del Mundo? Fórmula QRPD-YW-2-7-Z. ¡Ah!, me olvidaba de la fórmula más compleja, la KZQYLL, la que ni siquiera se podía leer por su extraña “ortografía”’. A ver, consígame un Bilardo, fabríqueme un Carlitos con la misma flema, con la misma integridad, con el mismo ingenio, que piense por todos, que se preocupe por todo, que se juegue por todos, que no desestime ningún detalle útil, que practique con tanta dignidad el sentido solidario de la vida para con “su gente”. A ver, consígamelo...
Yo estuve en Old Trafford aquella noche. Yo fui testigo de la hazaña. Hasta protagonista a mi manera en esos valores del sentimiento. Y no, no eran probetas, ni retortas, ni tubos de ensayo, ni símbolos químicos los que corrían y luchaban enfrentados a esa avalancha tumultuosa de gritos, insultos, blasfemias, y a ese “¡Animals! ¡Animals!” vomitado por un coro de gargantas broncas y de puños crispados. No, no eran “alquimistas” glaciales esos frenéticos poseídos entregados al culto más inverosímil del festejo, danzando bajo la densa llovizna, en ese paroxismo incontrolable del abrazo, de la lágrima, del grito ya libre de angustias.
Tampoco eran reflexivos “químicos” los protagonistas de ese silencio tenso que se instaló en el ómnibus del regreso, ni los eran esos insomnes que recorrían las habitaciones del hotel como sombras, como si pretendiesen detener el tiempo en esa “única noche del final, del gran final”.
“Pero ¿ustedes son locos que se van a ir a dormir? gritaba el Flaco Bilardo por las habitaciones. “Aquí no duerme nadie, ¿o no se dieron cuenta todavía que somos Campeones del Mundo? ¡Vamos, vamos, arriba todo el mundo!”
Ya amanecía sobre los tejados cuando llegó la necesidad de llevarse el sueño de la Copa a la almohada. La noche se fue. Como también se fue definitivamente la Copa de América allá en el estadio de Lima en el adiós más emotivo que yo recuerde. Es que esa es la condena del hombre. No poder interrumpir el tiempo, detenerlo, aprisionar en las manos ese instante que, inexorablemente, siempre se va, siempre se escapa. Como dice la canción francesa que cantaba Edith Piaf: “Sí, las horas felices son breves”. Parten, como partió aquel grupo de Estudiantes.
¡Laboratorio! ¡Alquimistas! ¡Las fórmulas! ¡Qué absurdos son a veces ciertos rótulos! Como esos que pretenden definir a los individuos por la actividad o la profesión que desempeñan. El señor es abogado, el señor es jugador de fútbol. Ese otro señor es mecánico. ¿Y el hombre que crepita adentro? ¿Ese que ambiciona que lo conozcan en su intimidad? ¿Ese que sueña, que ama, que siente, que lucha, que espera, que quiere ser protagonista, el arquitecto de su propio destino? ESE, ESE HOMBRE, CUANDO SE JUNTA CON OTROS IGUALES QUE TAMBIÉN QUIEREN SER COMO ESE, NO COMO INANIMADOS Y DÓCILES INTÉRPRETES DE UNA ABSTRACTA FÓRMULA, SINO COMO HOMBRES, ENTONCES GESTAN Y ALCANZAN LOS GRANDES OBJETIVOS, HASTA COMO PARA SITUARSE EN LA MISMA FRONTERA DE LA HAZAÑA. Nunca olvidaré las palabras del doctor Madero -aunque siento más cómodo llamarlo Raúl- cuando se despidió del plantel con motivo de su retiro del fútbol. No sé si las palabras serán textuales, pero al cabo, importa la sinceridad con que fueron pronunciadas. “Me alejo de este grupo agradeciéndoles a cada uno todo lo que me han dado. En un tiempo me sentí un poco enfatuado por mi familiaridad con los libros y la supuesta cultura. Al tiempo, en la intimidad de este Estudiantes, comprobé todo lo que me faltaba para completar mi formación como ser humano, como hombre. Yo, que alguna vez me sentí un tanto individualista, comprendí todo lo que se puede lograr con el esfuerzo común, cuando todos se igualan en los valores del esfuerzo. Por eso, les doy las gracias a todos.” ¿Qué más puedo agregar a la elocuencia tan definitiva de esas palabras de mi amigo Raúl? Nada, nada más.
Sé que el doctor Marelli, que me ha dispensado la enorme satisfacción de prologar su libro referido a “mis amigos de aquel Estudiantes”, recorrerá con mayor profundidad la dimensión de aquel acontecimiento del que fue también “cercano” protagonista. Valía la pena doctor, intentar este reconocimiento, a diez años de Old Trafford.
¡Ah! Antes de concluir. Aún admitiendo aquel absurdo del laboratorio, ¡qué bien jugaba aquel Estudiantes!
OSVALDO ARDIZZONE