¿Qué más podés pedir?

Por Chinaski Wiesler

De ese lado, ellos. Que son ellos un sábado, un domingo, un día de semana de esos que pueda jugarse algún postergado. Porque, mirá, la ciudad hace que lo compartamos todo. Y de eso no escapan ni los colores.

Ellos, los que como tantos a principios de siglo, tuvieron milicos y curas, sacerdotes, entre los fundadores. Sí, tipos de pistola y armas levantar, el ejemplo para “la alta”. Por eso lo de la gimnasia y lo de la esgrima, y nada de conversos pibes populares con ideas foráneas. Eso. Aunque los cuadernos de las décadas subsiguientes hayan querido interpretar otra página: la de los frigoríficos, la inmigración y una supuesta mutación de valores e ideales de una vereda a la otra. Humos.

De este lado, al frente, los que resistieron; los que por mandato de la historia se opusieron, vehementes, lacónicos: la generación que rompió con esos padres de olores conservadores que ya no los representaban para hacer de La Plata una ciudad “de fútbol”, con un club “de fútbol”. Para eso, ni más ni menos.

Y de ahí será –caprichoso: virtuoso para unos, fatídico para otros y cuentan los años- que eso que mencionan con la certeza de lo que nada explica (el destino) puso las trascendencias futboleras en el rincón de los bastones que homenajean a los primeros campeones del fútbol nuestro.

Si hasta vos sabés que llegaste al Bosque para espiar que era eso de la gloria. O no fue recién en el ’24 cuando asomaste por mis tierras, por ese Bosque que colonizamos en 1907 y coronamos en el ’13. Ese año, en el que vos apenas si aprendías a inflar pelotas y nosotros ensayábamos las vueltas que nos espiaste siempre; esa y todas las que vendrían. Y mirá que fueron muchas…

Y como te vuelvo a cruzar, te cuento. Te cuento, che, que una vez fui local en tu tribuna, mucho antes del Estadio: en el ‘96, cuando nos entregaste tu cabecera un día de semana; en el 95, el día que te ganamos 3-0 y te llamaba, te decía, “vení, hermano, quedate”, y vos hiciste de la deserción la postal de la popular de la sombra. Y no me lo contaron; ahí estaba, viendo correr el aire de verano entre los tablones vacíos mientras adentro gritaba un tipo de rulos, y un pelado que después te ganó por 7 de diferencia se abrazaba con amigos al lado mío, sí, al lado mío, con el sol de frente, en el lateral de calle 60.

Hubo… no me acuerdo de todos aunque duerma con canas. Pero los asumo con revistas, videos, el cuento de sobremesa de algún amigo o familiar.

Porqué, mirá, el 7-0 es un mojón. Enorme, único, irrepetible. Tanto que hasta hubo un tipo de negro que pensó en vos -te lo digo porque ese día estabas dado vuelta y en silencio, lo que a los padres no se le hace nunca tamaño desprecio- y lo terminó un rato antes. Mirá: hasta Teté iba y venía, aburrido el hombre, queriendo adelantar relojes.

Te decía de la goleada. Esa, mirá, es… qué se yo: la gente, las cámaras… nunca te noté tan dolorido como ese 15 de octubre. Pero, ¿y el 6-1 del ’32 y el ’48?. O cuando te hicimos casi 7 pero en tu casa, en el ‘68. Ni los campeones de todo quisieron ser menos y también te metieron 5 en el ’71.

Porque hay cosas que me ponen tímido, que contarlas parecen de tipo fanfarrón… pero… trato que me entiendas… que te llevo 7 partidos, que me ganaste uno en los últimos cinco años. Porque hay otros que me dieron un cuaderno con fotos del día que quisimos apiadarnos y te jugamos en la cancha de Lanús (seee, la del ’45) y ni así pudiste evitar que viéramos como volvías al lugar de segunda que más cómodo te queda. O cuando pensaste, ingenuo, que 57 y 1 te tenía reservada una vuelta…

Porque, mirá, yo quise explicarte que la razón es otra cosa y que los fundamentos tienen que comprobarse, viste, no sea cosa que tengas que seguir creyendo que un grito aislado puede mover una ciudad como dijo un edificio de diagonal 80. No sea cosa que tengas que convencerte que la gloria no es tu fuerte. Por eso te doy la mano. Te la di hace 65 años, cuando quedaste debajo mío para siempre… desde que nos vemos la jeta con la pelota en el medio.