El palco del Rusito

Por Chinaski Wiesler

"Así, mirá, ¿ves?: las dos manos unidas como formando una cuchara".

El Rusito es el Pincha. Código de honor en Villa Argüello y en tantos barrios. El otro, algo mayor, el Ruso, es el tripa, por eso el disminutivo de identificar colores al que nunca quiso renunciar.

Los dos son compinches del Toro. Lo escucha el Toro. Atento. Lo retiene cómo era eso de tirar el carnet desde la platea de 1 mientras lo veía ansioso, debajo, esperando con las manos unidas. Abajo, 30 metros, siempre el Rusito y su jogging marca Hering del hermano más grande.

El Toro era de llegar temprano. Le gustaba la ochava, al lado de la Fumadora. Un ritual, de esos que demodé llaman "sagrado". Siempre imperturbable el Toro al lado de la pendeja del Nacio que le gustaba. Porque era "la pendeja". "No habrá ninguna igual", acurrucaba, tarareando el relato, el trapo que ataban detrás del arco de 55. Y Estudiantes era la coartada justa que aunaba la totalidad de su existencia adolescente: fútbol y minas.

Le había salido bien hasta una derrota con el Independiente de Mazzoni. Cuestión de cábalas, la flaca del otro 3ro. lo dejó de garpe y dejó de ir. Ahí perdió el interés, el Toro, y se hizo plateísta. "Pla-te-ís-ta", lo gastaban todos.Todos menos el Rusito, de agradecimiento eterno, al gesto "de local" de su amigo.

Se esforzaba el Toro en separar la paja del trigo. "Siempre de parado, nada de sentase como hacen los viejos..." El padre era uno de esos. Entraban juntos pegaditos al alambrado. Chusmeaban algún valor de la Reserva que no abundaban rozando las banderas con la mano izquierda. Se preocupaban en saludar a la Morocha, la encargada del baño de Damas, y subían. El Toro no. Se quedaba debajo del árbol, se jugara de noche o con sol. En los nocturnos al Rusito casi no lo veía. La contraseña era el cartel azul de 1 y 56. Bajaba la mirada y veía volar, el Toro, como esos avioncitos que armaba en el Jardín, el boleto de entrada al Hirschi del Rusito.

"Como cuando tomábamos agua en el río San Marcos. ¿Ves? Así, igual, siempre tratando que ningún cana de la montada nos viera".

Los milicos se paraban de espaldas al paredón de la platea, con la vista dura en la caminata de hinchas que llegaban de 56 a 55, en la primera línea del cordón. A esa edad parecen monumentos a caballo y era la broma más fácil de la previa entre el Rusito y el Toro: compararlos con el O'Higgins de Plaza San Martín. No había tarde que no la hicieran.

- "Además, Rusito, mirá los carnets de ahora", intuye el Toro. Mirada larga en el plástico que sostiene con el pulgar y el índice. "Tienen foto, números... le faltan las huellas digitales, nada más. Te controlan todo. Si nosotros ni nos parecemos. Con la caripela que tenemos, hoy no te colarías nunca".

Cambiar el bono blanco miniatura de la cuota era ardor generalizado. Se podía fotocopiar y hacer uno propio con un amigo de esos que siempre la tienen lunga con la tecnología y los softwares. También estaban los más atrevidos, aquellos que se le animaban al ancho de espada: entrar con la barra por el Demo. Si habrá escuchado esos largos relatos de gestas heroicas a los 15 años.

"Ese partido pasamos porque era de noche. No te veían. Si la 115 es oscura hasta de día..." le aprueba la mueca El Toro.

"Supercopa con Cruzeiro, cuando la metió Verón de afuera, '94".

Quedaron verse en la calesita del Lago, veinte antes del inicio, como cada vez que ponían play al "Plan B". Comieron algo, compraron semillitas, hicieron patito con las piedritas grandes de arcilla y cruzaron. Ya estaban jugando. Los de la barra iban y veían. Esperaban la contraseña. Algún dirigente se asomaría y se unirían, el Rusito y el Toro, al resto, simulando un canto, alguna mueca de tambor, un "Vamo' a traer la Copa a la Argentina, la Copa que perdieron...". El canto era, es hoy, la llave de la entrada en masa. Se metieron por el ombú, a los 15 del primer tiempo, aquella noche de Supercopa que parecía Libertadores, de la mano, el Toro y el Rusito, esquivando los charcos de la tarde que se formaban por la pendiente de la canchita de handball.

Se encontraron en la bajada del Oeste. 17 años después, todavía está, inmutable, en azul, el cartel que une la calle 1 con la 56. Parados sobre la vereda, frente a la reja verde contigua el mural de Google, el Rusito se divierte con el Toro.

"Quedate acá, ahiiiiiiiiiiiiiiii. En ese lugar, en ese punto, me paraba y te miraba, re nervioso, esperando que soltaras el carnet. Mirá, mirá".

Se impacienta y levanta consecutivamente la vista.

"Ahí, ¿ves?, debajo del árbol donde te arrodillabas para meter el brazo entre los tablones, justo ahí, quiero el palco del Tierra de Campeones para ver alguna vez la Copa. Y te voy a invitar, eh: no hay forma Toro de olvidarme de vos, tu viejo, y tu santificado carnet blanco sin escudo".